Por Juan Manuel Borthagaray

ciudad colapsada

Estamos acostumbrados a decir que nuestra ciudad está colapsada por su tránsito vehicular. En rigor esta es una característica de todas las grandes metrópolis del mundo. Se debe a que el trazado de la ciudad contemporánea fue plasmado hace siglos, cuando las urbes eran menos extensas y el ciudadano se movía a pie, a caballo o en carruajes de tracción a sangre.

Estos medios y velocidades fueron los que determinaron el trazado de los espacios destinados a la circulación, las calles o paseos, que ocupan hoy más del 30% de su superficie total y representan el 80% del espacio público.
Como tales, las calles no sólo son las contenedoras de la circulación, sino que también alojan funciones tan nobles como el paseo, el comercio, el encuentro y el diálogo.
Hoy están en peligro, cuando no enteramente invadidas por la circulación y el estacionamiento de automotores. A pesar de que reclaman cada vez más espacio, surge el clamor de que es insuficiente, que el tránsito está colapsado.

¿La solución sería, tal vez, trazar ciudades en función de los automotores
y sus velocidades?. La respuesta está a la vista, con los efectos deshumanizadores y destructores de la urbanidad de las autopistas urbanas,
tanto en Los Ángeles como en México y en Buenos Aires.

¿Qué hacer entonces? No hay soluciones mágicas. No vamos a destruir
nuestras ciudades para que pasen los autos.

Hay que arreglarse con lo que hay, y administrar las calles y avenidas para que cumplan armoniosamente con todas sus funciones sociales.